Frecuentemente considerada como una de las pioneras del Nuevo Cine argentino, movimiento que empezó a cobrar fama internacional en la década de los 90, Lucrecia Martel nació en Salta en el noroeste de Argentina. Esta región subtropical—escasamente representada en el cine argentino mainstream—figura prominentemente en su “trilogía” salteña y forma el telón de fondo para las historias altamente complejas y fragmentadas de sus protagonistas femeninas y la exploración de temas sociales que resuenan en los espectadores nacionales e internacionales.

Cada uno de sus tres largometrajes ostenta un grado sumamente avanzado de experimentación estilística con estructuras narrativas elípticas, bandas sonoras matizadas y una semiótica visual sutil y evocativa. Su primer largometraje, La ciénaga (2002), que se trata de la decadencia social y los conflictos volátiles de una familia burguesa salteña, obtuvo premios en festivales de cine en Francia, Cuba, Estados Unidos, y Alemania. Por su parte, La niña santa (2004) explora el despertar sexual confuso de dos chicas fervientemente católicas en un ambiente social claustrofóbico.

Su último lanzamiento, La mujer sin cabeza (2008), el cual fue seleccionado en el Festival de Cannes, expone las estructuras de desigualdad y las pequeñas violencias que permean la sociedad argentina posdictatorial. Con respecto a la relación entre el cine y la sociedad argentina, Martel comenta:

El cine padece un mal, está en manos de una sola clase social. A lo largo y a lo redondo del globo, está en manos de la clase media alta. Aun con el abaratamiento de la tecnología, sigue siendo una deficiencia. Y eso, deviene en una homogeneidad bastante evidente. Tenemos muy buenos sentimientos y una sensibilidad muy grande. Esa mezcla nos lleva a preocuparnos por conflictos sociales que no conocemos realmente, como si fueran objetos a los que es fácil acercarse. Entonces, hay una serie de males que se repiten en los guiones y películas. (laFuga)

Vera R. Coleman

Arizona State University